Antes de nada decir que voy a volver a escribir Urit más a menudo, y que por eso también necesitaré opiniones, y con opiniones me refiero a comentarios. Aunque sean cortos, solo decir que os parece, que os ha gustado, que debería mejorar. No me importa, solo que pido algunos comentarios para seguir escribiendo.
Gracias por leer ^^
Sacudo la cabeza apartando la tontería que acabo de pensar, sí; sigo pensando que ni de coña eso ha salido de los palos, pero si voy por la vida diciendo que puedo hacer fuego con mis propias manos, puede que me encierren por pirómana.
Y como ya dije una vez: No soy la chica antorcha.
- Listo – Escucho a Dylan y me giro para ver lo que dice.
Ha extendido unas chaquetas en el suelo de forma que podemos acostarnos encima. Pero no creo que ahí quepamos tres, si no estamos muy apretados, y eso me preocupa.
- Ahí no cabemos.
- ¿De quien son las chaquetas? – Dice en un tono frío y cabreado, como si todo lo que nos ha pasado fuera culpa mía.
Frunzo el ceño y le lanzo una mirada asesina, no llevo chaqueta, por lo que, o duermo ahí apretada – cosa que no haré – o no dormir.
- Que os den – ‘’Imbéciles’’ pienso, pero omito esa parte.
Me vuelvo a sentar delante de la hoguera admirando el fuego que yo misma he encendido.
Nadie dice palabra en unos veinte o veinticinco minutos que parecen eternos, extiendo las manos delante del fuego, aunque no tengo frío. La verdad, nunca tengo frío… O no recuerdo ningún momento de mi vida en el que me haya quejado por tener frío. Bueno, como cualquiera, puede entrarme un escalofrío al entrar al agua, o al tocar un cubo de hielo, pero no suelo tener frío de otra manera.
Salgo de mi mundo cuando veo que Dean se sienta a mi lado, le miro por el rabillo del ojo y aparto la mirada cuando me mira él. Frunzo el ceño en un intento fallido de parecer más enfadada de lo que realmente estoy.
- Que mal mientes – Murmura sonriendo, intento no hacer lo mismo, pero soy de sonrisa fácil… Sonrío – lo sabía.
- Estoy enfadada.
- No lo estás – Asegura sonriendo – y me has sonreído.
- No he sonreído por ti.
- No me refería a eso.
Mierda.
- Déjame en paz.
Él ríe y se hecha hacia atrás, apoyando los codos en las hojas secas que hay en el suelo, le miro entrecerrando los ojos. ¿La verdad? Está muy… es guapo.
- ¿Has ido a algún a algún campamento o algo así? – Pregunta.
- No. ¿Por qué?
- Por el fuego.
Me encojo de hombros. No he ido a ningún campamento, y mucho menos he hecho fuego, supongo que será la suerte del principiante, como dicen. La verdad, no tengo ni idea de cómo he aprendido a hacer eso… pero en fin, mejor.
- ¿Cómo lo has hecho?
- Pues… he cogido el palo…
- Dali… - Me mira entrecerrando los ojos, sonrío y me encojo de hombros.
- Suerte, supongo… - Vuelvo a dirigir la mirada al bosque, volviéndome a perder en mis pensamientos.
Dean murmura un ‘’lo dudo’’, aunque sé que lo ha hecho para que no lo oiga, lo he oído perfectamente, y yo también lo dudo, pero… ¿Qué explicación hay?
- Tengo sueño – Digo, dando a entender que doy por finalizada esta incómoda conversación, suelto un suspiro cansado y me alejo un poco del fuego, apoyo la espalda en un árbol y cierro los ojos. Dean no se mueve, sigue mirando el fuego con expresión curiosa, como buscando una explicación.
Me despierto gracias a Dylan. A mi querido primo se le ha ocurrido la fantástica idea, de ponerse a gritar ‘’ ¡Fuego, fuego!’’ mientras yo dormía. Doy tal salto desde mi sitio que caigo de cara al suelo, y si no llego a poner las manos, me lo trago. Literalmente.
- ¿Qué es lo que te pasa? ¿Eres retrasado?- Le digo a Dylan, intentando relajarme. Apoyo las manos en las rodillas y respiro hondo, me levanto y les lanzo una mirada asesina – Sois idiotas – Digo y me voy caminando por no-sé-donde hacia no-sé-donde.
- ¡Dali! ¿¡Donde vas!? – Grita Dylan entre risas y con las manos en el pecho.
- Lejos de vosotros.
Mientras camino decido que voy a dejar de jugar con fuego. Literal y metafóricamente. Literal; pienso dejar de toquetear el mechero de mi padre, porque ahora parece que estoy loca.
Metafóricamente; no quiero arriesgarme, así que lo haré también metafóricamente. No quiero problemas.
Cuando llevo un rato andando me doy cuenta de lo que veo; nada. Árboles y más árboles, altos y de copas anchas y frondosas, en colores rojos, amarillos y naranjas, y el poco sol que entra entre las hojas me da de lleno en la cara. Y lo malo es que todos los árboles son iguales. Sigo caminando dando zancadas sobrehumanas, consecuencias de mis enfados, y soltando maldiciones por lo bajo. Y estoy tan concentrada en ello, que no me entero de que cada vez me adentro más en el bosque, y cuando quiero darme cuenta; estoy perdida.
Ya no me queda otra que esperar a que me encuentren, si sigo andando lo único que voy a conseguir es perderme más. Así que me siento al pie de un árbol y miro el bosque. En completo silencio y…
- ¡Dali! – Gracias por estropear el completo silencio.
- ¡Aquí! – Respondo gritando, esperando que me oiga.
Dean aparece detrás de unos árboles, se acerca y sonríe.
- Venga, volvamos…
Ha extendido unas chaquetas en el suelo de forma que podemos acostarnos encima. Pero no creo que ahí quepamos tres, si no estamos muy apretados, y eso me preocupa.
- Ahí no cabemos.
- ¿De quien son las chaquetas? – Dice en un tono frío y cabreado, como si todo lo que nos ha pasado fuera culpa mía.
Frunzo el ceño y le lanzo una mirada asesina, no llevo chaqueta, por lo que, o duermo ahí apretada – cosa que no haré – o no dormir.
- Que os den – ‘’Imbéciles’’ pienso, pero omito esa parte.
Me vuelvo a sentar delante de la hoguera admirando el fuego que yo misma he encendido.
Nadie dice palabra en unos veinte o veinticinco minutos que parecen eternos, extiendo las manos delante del fuego, aunque no tengo frío. La verdad, nunca tengo frío… O no recuerdo ningún momento de mi vida en el que me haya quejado por tener frío. Bueno, como cualquiera, puede entrarme un escalofrío al entrar al agua, o al tocar un cubo de hielo, pero no suelo tener frío de otra manera.
Salgo de mi mundo cuando veo que Dean se sienta a mi lado, le miro por el rabillo del ojo y aparto la mirada cuando me mira él. Frunzo el ceño en un intento fallido de parecer más enfadada de lo que realmente estoy.
- Que mal mientes – Murmura sonriendo, intento no hacer lo mismo, pero soy de sonrisa fácil… Sonrío – lo sabía.
- Estoy enfadada.
- No lo estás – Asegura sonriendo – y me has sonreído.
- No he sonreído por ti.
- No me refería a eso.
Mierda.
- Déjame en paz.
Él ríe y se hecha hacia atrás, apoyando los codos en las hojas secas que hay en el suelo, le miro entrecerrando los ojos. ¿La verdad? Está muy… es guapo.
- ¿Has ido a algún a algún campamento o algo así? – Pregunta.
- No. ¿Por qué?
- Por el fuego.
Me encojo de hombros. No he ido a ningún campamento, y mucho menos he hecho fuego, supongo que será la suerte del principiante, como dicen. La verdad, no tengo ni idea de cómo he aprendido a hacer eso… pero en fin, mejor.
- ¿Cómo lo has hecho?
- Pues… he cogido el palo…
- Dali… - Me mira entrecerrando los ojos, sonrío y me encojo de hombros.
- Suerte, supongo… - Vuelvo a dirigir la mirada al bosque, volviéndome a perder en mis pensamientos.
Dean murmura un ‘’lo dudo’’, aunque sé que lo ha hecho para que no lo oiga, lo he oído perfectamente, y yo también lo dudo, pero… ¿Qué explicación hay?
- Tengo sueño – Digo, dando a entender que doy por finalizada esta incómoda conversación, suelto un suspiro cansado y me alejo un poco del fuego, apoyo la espalda en un árbol y cierro los ojos. Dean no se mueve, sigue mirando el fuego con expresión curiosa, como buscando una explicación.
Me despierto gracias a Dylan. A mi querido primo se le ha ocurrido la fantástica idea, de ponerse a gritar ‘’ ¡Fuego, fuego!’’ mientras yo dormía. Doy tal salto desde mi sitio que caigo de cara al suelo, y si no llego a poner las manos, me lo trago. Literalmente.
- ¿Qué es lo que te pasa? ¿Eres retrasado?- Le digo a Dylan, intentando relajarme. Apoyo las manos en las rodillas y respiro hondo, me levanto y les lanzo una mirada asesina – Sois idiotas – Digo y me voy caminando por no-sé-donde hacia no-sé-donde.
- ¡Dali! ¿¡Donde vas!? – Grita Dylan entre risas y con las manos en el pecho.
- Lejos de vosotros.
Mientras camino decido que voy a dejar de jugar con fuego. Literal y metafóricamente. Literal; pienso dejar de toquetear el mechero de mi padre, porque ahora parece que estoy loca.
Metafóricamente; no quiero arriesgarme, así que lo haré también metafóricamente. No quiero problemas.
Cuando llevo un rato andando me doy cuenta de lo que veo; nada. Árboles y más árboles, altos y de copas anchas y frondosas, en colores rojos, amarillos y naranjas, y el poco sol que entra entre las hojas me da de lleno en la cara. Y lo malo es que todos los árboles son iguales. Sigo caminando dando zancadas sobrehumanas, consecuencias de mis enfados, y soltando maldiciones por lo bajo. Y estoy tan concentrada en ello, que no me entero de que cada vez me adentro más en el bosque, y cuando quiero darme cuenta; estoy perdida.
Ya no me queda otra que esperar a que me encuentren, si sigo andando lo único que voy a conseguir es perderme más. Así que me siento al pie de un árbol y miro el bosque. En completo silencio y…
- ¡Dali! – Gracias por estropear el completo silencio.
- ¡Aquí! – Respondo gritando, esperando que me oiga.
Dean aparece detrás de unos árboles, se acerca y sonríe.
- Venga, volvamos…
- ¿Ya se le ha pasado la tontería al besugo de mi primo?
Asiente sonriendo, me coge del brazo para volver y me estremezco, me suelta instantáneamente haciendo una mueca y se mira la mano, luego me mira a mi, y podría jurar que está asustado. Enarco una ceja y ladeo la cabeza, esperando que siga andando para seguirle, pero lo único que hace es mirarse la mano, y mirarme a mí.
- ¿Se puede saber qué pasa? – Pregunto, seria.
- Me has quemado.
- Que pesados… No tiene gracia.
- No, en serio – Dice volviendo la vista a su mano.
Suelto un bufido y empiezo a andar en la dirección por la que él ha venido. Las hojas secas crujen bajo mis pies, y por lo que veo, Dean no me ha seguido. Me miro las manos. ¿Será verdad? No lo creo, puede que le haya dado un calambrazo, o le doliese la mano. ¿Cómo voy a haberle quemado? ¿Estamos locos? Suspiro y me siento bajo un árbol, últimamente es lo único que hago, caminar unos metros y sentarme de nuevo. Ventajas, supongo, de estar perdida en un bosque.
Las hojas vuelven a crujir detrás de mí, me asomo por detrás del tronco del árbol para asegurarme de que no es ningún animal o alguien… Más. Y por suerte – o mala suerte – es Dylan, suspiro. Él se acerca y se pone de cuclillas a mi lado, sonríe.
- Dali, ¿Qué pasa?
- Tú.
Ríe y me da un leve codazo en el hombro, le miro, realmente mal.
- Era una broma, no seas tonta.
- Vais a conseguir que acabe odiando el fuego con tanto juego eh…
- ¿Y Dean? – Dice, cambiando de tema.
Me encojo de hombros. Ni lo sé ni quiero saberlo. Dylan suspira y empieza a andar, mi orgullo me ata a ese árbol con cadenas y me ordena que no me mueva, pero mi instinto de supervivencia – si es que tengo eso – me dice que me levante y siga a mi primo.
Me trago el orgullo por primera vez en mi vida, y me levanto, sigo a mi primo, aunque unos pasos por detrás, encontramos a Dean donde habíamos dejado todas las cosas, está sentado sobre las chaquetas que usamos – usaron – como camas.
- Eh, Dean – Le llama Dylan.
Dean levanta la vista, pero no mira a Dylan. Aparto la mirada, me alejo un poco y me siento en el árbol en el que dormí.
Un rato después, los dos se acercan con todo recogido. Ahora si que estoy de los nervios. Por todo.
Apoyo las manos en el suelo para levantarme, y me pongo en pie, me sacudo la ropa y asiento, mirándoles, luego miro a Dean.
- ¿Dónde estabas? – Intento hacer de la preocupación solo una pregunta.
- Por ahí – Responde indiferente, y fija la vista en un punto detrás de mí, le brillan los ojos.
No voy a girarme, no lo haré. Pero lo estoy deseando. ¿Sabéis ese impulso que tenemos de mirar al punto donde otra persona está mirando, como si hubiese encontrado un tesoro? Bien, me está pasando. Pero otra vez está ahí mi orgullo, que me obliga a seguir mirando a Dean, y mi instinto, que me dice que me gire, que ahí puede haber cualquier cosa.
Esta vez el orgullo gana.
- ¿Se puede saber qué pasa? – Pregunto, seria.
- Me has quemado.
- Que pesados… No tiene gracia.
- No, en serio – Dice volviendo la vista a su mano.
Suelto un bufido y empiezo a andar en la dirección por la que él ha venido. Las hojas secas crujen bajo mis pies, y por lo que veo, Dean no me ha seguido. Me miro las manos. ¿Será verdad? No lo creo, puede que le haya dado un calambrazo, o le doliese la mano. ¿Cómo voy a haberle quemado? ¿Estamos locos? Suspiro y me siento bajo un árbol, últimamente es lo único que hago, caminar unos metros y sentarme de nuevo. Ventajas, supongo, de estar perdida en un bosque.
Las hojas vuelven a crujir detrás de mí, me asomo por detrás del tronco del árbol para asegurarme de que no es ningún animal o alguien… Más. Y por suerte – o mala suerte – es Dylan, suspiro. Él se acerca y se pone de cuclillas a mi lado, sonríe.
- Dali, ¿Qué pasa?
- Tú.
Ríe y me da un leve codazo en el hombro, le miro, realmente mal.
- Era una broma, no seas tonta.
- Vais a conseguir que acabe odiando el fuego con tanto juego eh…
- ¿Y Dean? – Dice, cambiando de tema.
Me encojo de hombros. Ni lo sé ni quiero saberlo. Dylan suspira y empieza a andar, mi orgullo me ata a ese árbol con cadenas y me ordena que no me mueva, pero mi instinto de supervivencia – si es que tengo eso – me dice que me levante y siga a mi primo.
Me trago el orgullo por primera vez en mi vida, y me levanto, sigo a mi primo, aunque unos pasos por detrás, encontramos a Dean donde habíamos dejado todas las cosas, está sentado sobre las chaquetas que usamos – usaron – como camas.
- Eh, Dean – Le llama Dylan.
Dean levanta la vista, pero no mira a Dylan. Aparto la mirada, me alejo un poco y me siento en el árbol en el que dormí.
Un rato después, los dos se acercan con todo recogido. Ahora si que estoy de los nervios. Por todo.
Apoyo las manos en el suelo para levantarme, y me pongo en pie, me sacudo la ropa y asiento, mirándoles, luego miro a Dean.
- ¿Dónde estabas? – Intento hacer de la preocupación solo una pregunta.
- Por ahí – Responde indiferente, y fija la vista en un punto detrás de mí, le brillan los ojos.
No voy a girarme, no lo haré. Pero lo estoy deseando. ¿Sabéis ese impulso que tenemos de mirar al punto donde otra persona está mirando, como si hubiese encontrado un tesoro? Bien, me está pasando. Pero otra vez está ahí mi orgullo, que me obliga a seguir mirando a Dean, y mi instinto, que me dice que me gire, que ahí puede haber cualquier cosa.
Esta vez el orgullo gana.
- Tenemos que seguir andando – Nos recuerda Dylan.
Asentimos los dos a la vez, Dean vuelve a mirar al mismo punto, curioso, como cuando se sentó a mirar la hoguera que hice por primera vez. Espero que se mueva para hacerlo yo también, pero sigue mirando detrás de mí, sus ojos siguen brillando y hasta parecen más azules.
Por fin me mira, y me hace un gesto con la cabeza, luego empieza a andar siguiendo a Dylan. Me giro por fin y no veo nada… Será imbécil.
Bajo la mirada inevitablemente hacia las hojas en el suelo, al pie del árbol en el que me senté.
Y hay dos marcas, de manos.
Por fin me mira, y me hace un gesto con la cabeza, luego empieza a andar siguiendo a Dylan. Me giro por fin y no veo nada… Será imbécil.
Bajo la mirada inevitablemente hacia las hojas en el suelo, al pie del árbol en el que me senté.
Y hay dos marcas, de manos.
Y las hojas están quemadas.