Pages - Menu

lunes, 5 de mayo de 2014

Capítulo 3

Antes de nada decir que voy a volver a escribir Urit más a menudo, y que por eso también necesitaré opiniones, y con opiniones me refiero a comentarios. Aunque sean cortos, solo decir que os parece, que os ha gustado, que debería mejorar. No me importa, solo que pido algunos comentarios para seguir escribiendo.
Gracias por leer ^^

---------------------

Sacudo la cabeza apartando la tontería que acabo de pensar, sí; sigo pensando que ni de coña eso ha salido de los palos, pero si voy por la vida diciendo que puedo hacer fuego con mis propias manos, puede que me encierren por pirómana.
Y como ya dije una vez: No soy la chica antorcha.
- Listo – Escucho a Dylan y me giro para ver lo que dice.

Ha extendido unas chaquetas en el suelo de forma que podemos acostarnos encima. Pero no creo que ahí quepamos tres, si no estamos muy apretados, y eso me preocupa.

- Ahí no cabemos.

- ¿De quien son las chaquetas? – Dice en un tono frío y cabreado, como si todo lo que nos ha pasado fuera culpa mía.

Frunzo el ceño y le lanzo una mirada asesina, no llevo chaqueta, por lo que, o duermo ahí apretada – cosa que no haré – o no dormir.

- Que os den – ‘’Imbéciles’’ pienso, pero omito esa parte.

Me vuelvo a sentar delante de la hoguera admirando el fuego que yo misma he encendido.
Nadie dice palabra en unos veinte o veinticinco minutos que parecen eternos, extiendo las manos delante del fuego, aunque no tengo frío. La verdad, nunca tengo frío… O no recuerdo ningún momento de mi vida en el que me haya quejado por tener frío. Bueno, como cualquiera, puede entrarme un escalofrío al entrar al agua, o al tocar un cubo de hielo, pero no suelo tener frío de otra manera.
Salgo de mi mundo cuando veo que Dean se sienta a mi lado, le miro por el rabillo del ojo y aparto la mirada cuando me mira él. Frunzo el ceño en un intento fallido de parecer más enfadada de lo que realmente estoy.

- Que mal mientes – Murmura sonriendo, intento no hacer lo mismo, pero soy de sonrisa fácil… Sonrío – lo sabía.

- Estoy enfadada.

- No lo estás – Asegura sonriendo – y me has sonreído.

- No he sonreído por ti.

- No me refería a eso.

Mierda.

- Déjame en paz.

Él ríe y se hecha hacia atrás, apoyando los codos en las hojas secas que hay en el suelo, le miro entrecerrando los ojos. ¿La verdad? Está muy… es guapo.

- ¿Has ido a algún a algún campamento o algo así? – Pregunta.

- No. ¿Por qué?

- Por el fuego.

Me encojo de hombros. No he ido a ningún campamento, y mucho menos he hecho fuego, supongo que será la suerte del principiante, como dicen. La verdad, no tengo ni idea de cómo he aprendido a hacer eso… pero en fin, mejor.

- ¿Cómo lo has hecho?

- Pues… he cogido el palo…

- Dali… - Me mira entrecerrando los ojos, sonrío y me encojo de hombros.

- Suerte, supongo… - Vuelvo a dirigir la mirada al bosque, volviéndome a perder en mis pensamientos.

Dean murmura un ‘’lo dudo’’, aunque sé que lo ha hecho para que no lo oiga, lo he oído perfectamente, y yo también lo dudo, pero… ¿Qué explicación hay?

- Tengo sueño – Digo, dando a entender que doy por finalizada esta incómoda conversación, suelto un suspiro cansado y me alejo un poco del fuego, apoyo la espalda en un árbol y cierro los ojos. Dean no se mueve, sigue mirando el fuego con expresión curiosa, como buscando una explicación.


Me despierto gracias a Dylan. A mi querido primo se le ha ocurrido la fantástica idea, de ponerse a gritar ‘’ ¡Fuego, fuego!’’ mientras yo dormía. Doy tal salto desde mi sitio que caigo de cara al suelo, y si no llego a poner las manos, me lo trago. Literalmente.

- ¿Qué es lo que te pasa? ¿Eres retrasado?- Le digo a Dylan, intentando relajarme. Apoyo las manos en las rodillas y respiro hondo, me levanto y les lanzo una mirada asesina – Sois idiotas – Digo y me voy caminando por no-sé-donde hacia no-sé-donde.

- ¡Dali! ¿¡Donde vas!? – Grita Dylan entre risas y con las manos en el pecho.

- Lejos de vosotros.

Mientras camino decido que voy a dejar de jugar con fuego. Literal y metafóricamente. Literal; pienso dejar de toquetear el mechero de mi padre, porque ahora parece que estoy loca.
Metafóricamente; no quiero arriesgarme, así que lo haré también metafóricamente. No quiero problemas.
Cuando llevo un rato andando me doy cuenta de lo que veo; nada. Árboles y más árboles, altos y de copas anchas y frondosas, en colores rojos, amarillos y naranjas, y el poco sol que entra entre las hojas me da de lleno en la cara. Y lo malo es que todos los árboles son iguales. Sigo caminando dando zancadas sobrehumanas, consecuencias de mis enfados, y soltando maldiciones por lo bajo. Y estoy tan concentrada en ello, que no me entero de que cada vez me adentro más en el bosque, y cuando quiero darme cuenta; estoy perdida.
Ya no me queda otra que esperar a que me encuentren, si sigo andando lo único que voy a conseguir es perderme más. Así que me siento al pie de un árbol y miro el bosque. En completo silencio y…

- ¡Dali! – Gracias por estropear el completo silencio.

- ¡Aquí! – Respondo gritando, esperando que me oiga.

Dean aparece detrás de unos árboles, se acerca y sonríe.

- Venga, volvamos…
- ¿Ya se le ha pasado la tontería al besugo de mi primo?
Asiente sonriendo, me coge del brazo para volver y me estremezco, me suelta instantáneamente haciendo una mueca y se mira la mano, luego me mira a mi, y podría jurar que está asustado. Enarco una ceja y ladeo la cabeza, esperando que siga andando para seguirle, pero lo único que hace es mirarse la mano, y mirarme a mí.

- ¿Se puede saber qué pasa? – Pregunto, seria.

- Me has quemado.

- Que pesados… No tiene gracia.

- No, en serio – Dice volviendo la vista a su mano.

Suelto un bufido y empiezo a andar en la dirección por la que él ha venido. Las hojas secas crujen bajo mis pies, y por lo que veo, Dean no me ha seguido. Me miro las manos. ¿Será verdad? No lo creo, puede que le haya dado un calambrazo, o le doliese la mano. ¿Cómo voy a haberle quemado? ¿Estamos locos? Suspiro y me siento bajo un árbol, últimamente es lo único que hago, caminar unos metros y sentarme de nuevo. Ventajas, supongo, de estar perdida en un bosque.
Las hojas vuelven a crujir detrás de mí, me asomo por detrás del tronco del árbol para asegurarme de que no es ningún animal o alguien… Más. Y por suerte – o mala suerte – es Dylan, suspiro. Él se acerca y se pone de cuclillas a mi lado, sonríe.

- Dali, ¿Qué pasa?

- Tú.

Ríe y me da un leve codazo en el hombro, le miro, realmente mal.

- Era una broma, no seas tonta.

- Vais a conseguir que acabe odiando el fuego con tanto juego eh…

- ¿Y Dean? – Dice, cambiando de tema.

Me encojo de hombros. Ni lo sé ni quiero saberlo. Dylan suspira y empieza a andar, mi orgullo me ata a ese árbol con cadenas y me ordena que no me mueva, pero mi instinto de supervivencia – si es que tengo eso – me dice que me levante y siga a mi primo.
Me trago el orgullo por primera vez en mi vida, y me levanto, sigo a mi primo, aunque unos pasos por detrás, encontramos a Dean donde habíamos dejado todas las cosas, está sentado sobre las chaquetas que usamos – usaron – como camas.

- Eh, Dean – Le llama Dylan.

Dean levanta la vista, pero no mira a Dylan. Aparto la mirada, me alejo un poco y me siento en el árbol en el que dormí.
Un rato después, los dos se acercan con todo recogido. Ahora si que estoy de los nervios. Por todo.
Apoyo las manos en el suelo para levantarme, y me pongo en pie, me sacudo la ropa y asiento, mirándoles, luego miro a Dean.

- ¿Dónde estabas? – Intento hacer de la preocupación solo una pregunta.

- Por ahí – Responde indiferente, y fija la vista en un punto detrás de mí, le brillan los ojos.

No voy a girarme, no lo haré. Pero lo estoy deseando. ¿Sabéis ese impulso que tenemos de mirar al punto donde otra persona está mirando, como si hubiese encontrado un tesoro? Bien, me está pasando. Pero otra vez está ahí mi orgullo, que me obliga a seguir mirando a Dean, y mi instinto, que me dice que me gire, que ahí puede haber cualquier cosa.
Esta vez el orgullo gana.
- Tenemos que seguir andando – Nos recuerda Dylan.
Asentimos los dos a la vez, Dean vuelve a mirar al mismo punto, curioso, como cuando se sentó a mirar la hoguera que hice por primera vez. Espero que se mueva para hacerlo yo también, pero sigue mirando detrás de mí, sus ojos siguen brillando y hasta parecen más azules.
Por fin me mira, y me hace un gesto con la cabeza, luego empieza a andar siguiendo a Dylan. Me giro por fin y no veo nada… Será imbécil.
Bajo la mirada inevitablemente hacia las hojas en el suelo, al pie del árbol en el que me senté.
Y hay dos marcas, de manos.
Y las hojas están quemadas.

Capítulo 2

- Dali, nos vamos a ir y vas a quedarte sola en casa – La voz de mi primo Matt me llega más bien como un susurro, debe ser porque sigo medio dormida. O puede… que porque tengo la almohada en la cabeza.

- ¿Qué pasa…? – Murmuro frotándome los ojos.

- Nos vamos, de excursión.

Oh, bien. Sí, genial.
Es otra de las manías de mi madre, cuando acabamos de comer – por cierto, hoy no he comido – salimos al bosque que hay en frente de casa, a hacer una ‘’pequeña’’ excursión, que bien puede durar más de tres horas, o bien toda la noche.
Recuerdo una vez hace ya años en la que salimos a hacer la excursión de los sábados, yo tenía entonces unos… seis, o siete años. Salíamos mis padres, yo, mis tíos y Dylan, para entonces mis tíos aún o habían adoptado a Matt y Chase, y lo habría considerado algo bueno de no ser porque tenía a Dylan.
Pasábamos por un río, íbamos solo mi primo y yo, cuando el se escondió entre los árboles, yo al ser tan pequeña me asusté y empecé a llamarlo, a gritos incluso, luego el apareció de la nada y me tiró al río, me habría congelado de no ser porque mi padre me sacó de ahí a tiempo, antes de que me convirtiese en un auténtico cubito de hielo, Dylan recibió un moratón en el ojo.
¿Qué? Era pequeña, pero pegar sabía.

Pero pienso vengarme de verdad esta noche. No me pareció justo que yo acabase en cama durante más de dos semanas y Dylan se llevase únicamente el ‘’puñetazo’’ de una cría de siete años, por lo tanto, esta noche, me vengaré como toca.
Me doy cuenta de que llevo mucho pensando gracias a la cara de Matt, está arqueando una ceja diciendo <<¿Qué? ¿Piensas contestarme?>>

- Vale, vale, deja que me cambie y en seguida bajo… - Murmuro levantándome, Matt salta de mi cama y baja a trompicones por la escalera, casi pensé que se abriría la cabeza, pero por suerte - ¿O mala suerte? – no pasó.

Suelto un suspiro cansado y me dirijo al armario, abro y saco un jersey azul cielo y unos leggins negros, luego unas zapatillas de deporte, cojo las más viejas por que sé como van a acabar…

- ¡Nos vamos! – Mi madre grita desde abajo - ¡Venga Dali!

- ¡Voooy! – Grito en respuesta y me cambio a toda velocidad.

Me hago una coleta alta y bajo las escaleras saltando los escalones de dos en dos, abajo ya solo queda mi madre esperándome, me acerco y asiento, las dos salimos y alcanzamos a los demás.
Cuando entramos a lo que es el bosque, yo no hago otra cosa que fijarme en todo. No me gustan mucho estas excursiones pero adoro la naturaleza. Me fijo en las hojas de los árboles, grandes, pequeñas, verdes, amarillas, rojas… estamos en pleno otoño, es una época que me gusta mucho, no tienes tanto frío para llevar bufanda, ni tanto calor como para tener que salir a la calle medio desnuda. Lo único que no me gusta del otoño es que confunde, a lo mejor te pones por la mañana dos jerséis y tres chaquetas, más dos bufandas, guantes y gorro y cuando pasa medio día, te acabas quedando en ropa interior.

- ¿Vamos por allí? – Escucho a mi primo, al principio pienso que le habla a Dean, y aunque en parte así es, también habla conmigo.

Miro en la dirección que ha señalado, es una subida que se adentra un poco más en el bosque, mi visión solo alcanza hasta un pequeño sendero que se adentra entre los árboles que cada vez parecen más grandes, y a partir de ahí, el pequeño camino se pierde entre ellos.

- ¿Y si nos perdemos? – Objeto antes de que se alejen.

- Dali, hemos salido por aquí miles de veces, ese camino no debe llegar muy lejos…

- Déjala Dylan, solo tiene miedo – Dean sonríe con suficiencia y me mira enarcando una ceja, yo le imito, pero mi cara es más de asco que de suficiencia.

- No tengo miedo.

- Oh, si lo tienes – Responde. Estoy dudando entre darle un guantazo o tirarle por el acantilado.

Lo cierto es que si, en cierto modo tengo miedo. Ya lo pasé bastante mal hace años con Dylan, como para ahora irme con el, y con su amiguito.
Pero que le voy a hacer, soy así de orgullosa.

- No lo tengo, de hecho, voy a guiaros yo. – Doy un salto hasta llegar donde están ellos, hace ya un rato que perdimos de vista a los demás, así que tendría que seguirles de todos modos.

- Si es que duras más de veinte metros andando, que está por ver… - Le lanzo una mirada asesina a Dean. ¿Qué tiene este chico conmigo?

- Cuidado Dean, no vayas a caer accidentalmente por el acantilado.

No vuelve a contestar, con lo que supongo que le he cerrado la boca.
Paso por delante de ellos de mala gana y empiezo a andar siguiendo el sendero.

Llevamos más de media hora andando, y lo único que veo son árboles y piedras, árboles y piedras, y más árboles y más piedras. Estoy cansada, ya apenas puedo andar, pero no voy a pararme y darle la razón a Dean.

- Si no paras pronto te vas a caer – Me giro, Dean sonríe arqueando una ceja, le lanzo una mirada asesina.

- No estoy cansada.

- Te tiemblan las piernas.

Bajo la mirada para comprobar si es así, y me sorprende que lo sea, si que pensaba que estaba cansada, pero no hasta el punto de que me tiemblen las piernas.

- Es frío. – Intento sonar convincente, pero mentir no es lo mío.

- Ajá… - Dean sonríe y mira a mi primo, que está empanado mirando los árboles, sin enterarse de que su prima está siendo maltratada psicológicamente con juegos de palabras – que tampoco es eso, no sé lo que es – de su amigo – Eh, Dylan.

- ¿Qué? – Dylan vuelve en si con un movimiento rápido de cabeza y nos mira a los dos, uno, y luego al otro.

Suelto un suspiro cansado y me siento al pie de un árbol, aún queda sendero, por lo que no estamos realmente perdidos, pero es de noche y no veo absolutamente nada.

- ¿Por donde vamos ahora? – Pregunta Dylan al ver que ninguno nos movemos.

- Preguntaselo a nuestra magnífica guía.

Bajo de las nubes cuando me doy cuenta de que habla de mi, le lanzo una mirada asesina y me levanto, miro a mi alrededor, y lo cierto es que no sé hacia que lado ir, habría vuelto por donde llegamos, pero ahora mismo estoy desorientada.
Dudo entre decírselo, decirles que no sé donde ir, o arriesgarme y coger un camino que, o bien nos lleve a casa, o nos pierde en el bosque (más).

- Por aquí – Digo señalando una dirección.

Mierda.
No, Dali, no. Tendrías que haberte tragado tu estúpido orgullo y haberles dicho que no, que estabas perdida y no sabías donde ir, pero no, tú señalas en una dirección, y venga, si aciertas bien, y sino, pues también.
Mordiéndome el labio camino en la dirección a la que he señalado, mientras ruego a Dios mentalmente que sea la dirección acertada.
Escucho la risita de Dean detrás de mi, pero no me giro. Ruedo los ojos y sigo caminando.

Dos horas.
Dos horas llevo andando y cada vez me siento más perdida y desorientada, creo que me van a fallar las piernas y voy a caer redonda.

- ¿Te rindes ya?

- No.
No voy a darle la razón, aunque esté más perdida que un gato en una perrera.

- No estoy de broma, estamos más que perdidos y tú y tu orgullo seguís adelante.

- ¡No es mi orgullo!

- ¿Y qué es? – Este crío me saca de quicio.

- Déjame en paz.

Al final me paro, me siento debajo de un árbol – hace rato que el sendero desapareció y entramos más al bosque – y pienso una manera de volver, sin tener que dar la vuelta tropecientas mil veces.

- ¿Qué propones genio? – Acabo preguntando, intento hacer que me resulta indiferente pero perdida en un bosque, con mi primo embobado y su amigo idiota, no creo que de resultado.

- Hoy ya no podemos volver.

- ¿Qué?

- Que haremos noche aquí, Dylan, ¿Llevas mantas o algo?

- Sí, y también dos tazas de café.

- No tiene gracia.

Yo les observo discutir desde mi sitio, esperando que acaben para soltarlo.

- Ni de coña.

- ¿Tienes una idea mejor? – Contraataca Dean, y la verdad, no, no la tengo.

- ¿Cómo dormiremos?

- Pues depende de si quieres estar calentita o sola y helada – Esboza una sonrisa divertida.

Analizo la frase…

- Vete a la mierda.

Dean ríe, me llevo las manos a la cabeza.
Vale, entonces hacemos noche en el bosque, y mañana nos vamos, buscamos el sendero y nos largamos. No es mala idea, si no fuera porque tenemos que dormir rodeados de animales seguramente peligrosos.

- Lo primero es encender un fuego – Dylan por fin despierta.

Entonces recuerdo el mechero con el que jugaba en mi habitación antes de salir, y pienso que podría llevarlo encima, meto la mano en el bolsillo derecho, luego la paso al izquierdo, luego detrás en los pantalones… No hay mechero.

- ¿Cómo pretendes que encendamos un fuego aquí y ahora?

- A la antigua, con dos palos – Que gracioso Dean.

- Muy gracioso.

- No es broma, coge dos palos y junta hojas secas.

Tú si que eres seco, anda calla…
Pero tiene razón, como siempre. Me levanto con mala cara y busco dos palos, me siento a lo indio sobre las hojas y hago un pequeño montón. Miro a Dean y Dylan, mi primo está ‘’intentando’’ hacer una especie de camas… Raras… No, no son camas. Y Dean me mira, arquea una ceja esperando que empiece, le saco la lengua y empiezo a frotar los dos palos.
Sigo así pocos segundos hasta que una chispa brota de entre los palos y prende el círculo de hojas, miro a Dean sorprendida, y el lo parece también.
Miro otra vez la hoguera que acabo de hacer, y miro mis manos.

Estoy casi segura, de que esa chispa ha salido de mis manos.

Capítulo 1

Todos los sábados mi madre se empeña en organizar este tipo de comidas. Esas comidas en familia tan agobiantes con las que acabas pensando que sería mejor encontrarse en un tanque de pirañas. 
Ella dice que es bueno reunir a toda la familia cada tiempo, y que si puede ser cada semana, pues mira, mucho mejor. 
Detesto estas comidas.
No es que sea una chiquilla marginada que prefiere quedarse encerrada en su habitación sin ver la luz del sol – Aunque por ahí van los tiros – no es eso, es más bien… Que mi paciencia tiene un límite.
Cuando la gente empieza a entrar (las cenas suelen ser en mi casa, ya, que suerte) lo normal es que te digan eso de ‘’ ¡Cuánto tiempo! ¿Cómo va todo?’’ o también ‘’ ¡Como has crecido! ¿Qué tal las notas?’’ 
Sí, que más quisiera yo…
A mi me preguntan otro tipo de cosas, y lo peor es que vienen todas a la vez, no sé como no se les cansa la lengua, pero así es, lo hacen, he llegado al punto de pensar que conocen mi vida mejor que yo misma.
Dejo el mechero con el que hace ya más de quince minutos que juego, y pestañeo varias veces, volviendo a la realidad.
¿Qué? No es tan raro jugar con un mechero…
No os equivoquéis, o fumo, solo que me gusta ver el fuego. 
No soy una pirómana ni nada por el estilo, eso significaría que me gusta quemar cosas. Pero no. Es solo que de alguna manera, me atrae el fuego. Sin más. Me gusta verlo, incluso alguna vez me arriesgué a tocarlo demasiado. 
Me quemé, lógicamente. No soy la chica antorcha.
La cosa es que estoy sentada en el sillón del salón de mi casa, esperando que en pocos minutos empiece la tortura de la comida familiar, de la que pretendo huir en cuanto pueda.
El timbre suena, me yergo sobre el asiento y miro la puerta, esperando que no sean mis tíos. 
¿Por qué? Fácil.
Mis tíos tienen hijos, y sus hijos son mis primos, mis primos son más pequeños que yo (menos Dean, que es más mayor) y cuando vienen… es desesperante. Es que directamente no les aguanto, me dan ganas de tirarme por la ventana solo con verles, esas miradas que aguardan diversión para ellos y sufrimiento y desesperación para mí. 
Y como mi suerte es directamente proporcional al número de neuronas que tienen mis primos. Ahí están, entrando a gritos por la puerta. Me levanto en un suspiro y finjo una sonrisa. 

- ¡Dali! – Grita mi tía, extendiendo los brazos dispuesta a ahogarme con uno de sus abrazos de oso.
- Miram… - Murmuro intentando ponerle emoción.

Mi tía Miram, es bajita, de la misma altura que yo – pequeña, no alta, no baja, pequeña – regordeta y con unas gafas rojas tan grandes que le ensanchan esos ojos color avellana, es rubia, y su pelo es una maraña llena de enredos y rizos, corto por encima de los hombros. Ella debe tener cincuenta y pico años, aunque aparente más. No se parece en nada a mi, y nada es nada, yo soy pelirroja, pelirroja lo que es pelirroja de verdad, no tengo el pelo naranja, es más bien rojo oscuro, mis ojos son azules muy claros, soy delgada, no demasiado, estoy… bien, aunque uno no suele decir esas cosas de si mismo así que dejémoslo en que soy ‘’normal’’.

- ¡Estás enorme! - ¿Qué os decía? Se suele decir: ‘’Que grande estás’’ no: ‘’Estás enorme’’ ni que fuera un caballo – ¡Y que guapa!

- Gracias tía… - Digo sonriendo, y me despego de ella, me plancho la ropa con las palmas de las manos.

- ¡Adalia! – Escucho vocecillas detrás de mí, al girarme, Chase y Matt están dando saltos y estirándome de la camiseta.

Suspiro y me dejo llevar por ellos a mi habitación, una vez allí escondo lo que de ninguna manera quiero que encuentren, siempre acaban haciéndolo y destrozándolo todo, pero por intentarlo…

- ¡Vamos Adalia! – Grita Chase saltando en la cama.

Efectivamente, me llamo Adalia, aunque algunos me llaman Dali. Mis padres nunca me explicaron de donde venía mi nombre, o porque me lo pusieron. Nombres así de raros, Deben tener un significado, ¿no? La cosa es que no me lo contaron, siempre con excusas, que si otro día… Que si ahora no… Que si cuando crezcas…
A veces creo que no significa nada, o que significa algo demasiado importante como para que alguien como yo lo sepa. 
¿Alguien como yo? ¿Qué digo? Es mi nombre. Aunque no me gusta, lo es. No, no me gusta. Es rarísimo y para una chica de ahora – Siglo XXI – es horroroso.
La puerta se abre lentamente y entra mi primo Dylan, el es el mayor, y a diferencia de Chase y Matt, que son adoptados por Miram, él si que es su hijo.

- ¡Prima! – Dice, por lo que parece, no está muy emocionado.

- ¡Dylan! – Respondo de la misma manera que él.

- ¡Casper! – Escucho una voz detrás de él, al asomarme veo a otro chico, es alto y moreno, y no puedo ver sus ojos, porque lleva unas gafas de sol negras, pero puedo decir que es guapísimo.

- ¿Tú eres? – Murmuro arqueando una ceja.

- Es Dean – Me contesta Dylan sonriente y mira a su amigo, que sigue abrazando el aire como un deficiente mental.

Lo primero que pensé fue que era guapísimo, ahora lo que pienso es que no está muy acabado.
Le hecho un vistazo por última vez antes de volver a girarme hacia mis primos pequeños, que siguen saltando en mi cama ajenos a lo que les rodea, podría caer una bomba atómica que ellos seguirían dando botes.

- ¿Podéis parar?

- ¡Si, si vienes a jugar! – Me reta Matt con una sonrisa divertida en la cara, esbozo media sonrisa y me lanzo a la cama.

Matt se tira encima de mi y me aplasta, gruño y hago muecas pero el sigue sin apartarse, tengo que librarme de él así que le estiro de las piernas, se aparta y empiezo a hacerle cosquillas. Escucho la risa de Dean y giro un poco la cabeza para mirarle.

- ¿Me ayudas? – Digo medio suplicando cuando es Chase el que me hace cosquillas a mí.

Dean asiente y coge a Chase de la cintura, pero sus pies de pato le hacen caer de culo, yo me deslizo entre risas hasta él, ya me lloran los ojos, Matt no deja de hacerme cosquillas y es algo que me puede. Estiro una mano para coger a Dylan, pero es Dean el que me coge la mano y estira de mi, yo no protesto, solo doy patadas para que Matt me suelte.
Se monta un jaleo importante en la habitación, aún así, esto es mejor que estar saludando a todo el mundo conforme entran haciéndome preguntas incómodas.
¿Qué narices?
Esto es fantástico.
Al final me deshago de Matt, y Dean cae también al suelo, ríe sin soltarme la mano. Es difícil saber de quién es cada risa, pues todos estamos riendo a la vez e igual de fuerte, suelto la mano de Dean para ponérmela en el pecho, que ya me empieza a doler de tanto reír, en cualquier momento me da un ataque, de nuevo Matt se me tira encima, me arrastro hacia atrás y me choco con alguien, no sé quien es, somos muchos y no voy a girarme a comprobarlo, mi primo pequeño me hace cosquillas, cuando consigo apartarle las manos me abraza y mi risa cesa. Sonrío y le abrazo también, Chase se nos une y Dylan no tarda en hacerlo, Dean ríe.

- Que empalagosos sois… - Murmura.

- ¡Cierra el pico y únete! – Le animo y él ríe, pero asiente y se acerca por detrás de mi, pasa una mano por mi hombro y otra por el de Dylan y se pega a nosotros.

Sonrío, pero no tarda en entrarme la risa floja. Todos me miran con cara rara y yo no dejo de reír. ¿De qué me río?

- Pero que chica más rara… - Le susurra Dean a mi primo y el asiente, como si ya pensase lo mismo hace tiempo.

- Idotas… - Murmuro y me levanto, me plancho la ropa con las manos – sí, siempre lo hago – y suelto un suspiro laaaargo…

- Adalia – Dice Dylan levantándose.

- Dali – Le corrijo al momento y miro de reojo a Dean. ¿POR QUÉ DICES ADALIA?

- Perdón, Dali… - Sonríe y se acerca a mi, Chase y Matt ya están calmados y se han sentado a jugar en el suelo, por lo tanto, soy libre.

- ¿Adalia? – Dice Dean levantándose también y viniendo hacia nosotros.

- No, no, me llamo Dali – Digo, y estoy segura de que me he puesto como un tomate.

No por Dylan, no. Por la vergüenza, no me gusta mi nombre y eso no va a cambiar.

- ¿Por qué? A mi me gusta – Oh, que bien, gracias Dean.

- No seas pelota, deja a mi prima – Interrumpe Dylan pasándome un brazo por los hombros, suspiro y le miro.

- ¿Qué querías?

- Bueno, queremos – Empieza, y me sorprende oír ‘’queremos’’ – que vengas con nosotros mañana.

- ¿Con vosotros? – Les señalo a uno y a otro, los dos asienten - ¿Dónde?

- A una fiesta.

Me encojo de hombros, como si me diera igual. Aunque en realidad no me da igual, llevo mucho – y cuando digo mucho, es más – tiempo sin ir a una fiesta, y por lo que recuerdo, la primera a la que fui no acabó muy bien. No por mi, sino porque se armó un lío increíble, un cúmulo de patadas, guantazos, sangre y saliva nada agradable.

- No sé… - Me dedico a dejarlo ahí.

- Bueno, tienes hasta mañana por la mañana, Dean se queda a dormir así que…

¿Eh? ¿He oído bien? 
Mis primos suelen quedarse a dormir en casa, Chase y Matt duermen en la habitación de invitados, y Dylan en la mía.
Explico… La habitación de invitados solo la usan ellos, por lo que está hasta arriba de juguetes, sus dos camas, en fin, lo típico. 
Y Dylan duerme conmigo porque no tiene más remedio, pero si su amiguete se queda también… ¿Qué?
Sacudo la cabeza y asiento, salgo de la habitación dispuesta a bajar abajo, pero me paro en las escaleras y me lo pienso dos veces… ¿De verdad quiero ir ahí? No, para nada.
Me doy media vuelta y vuelvo a mi habitación, al meter la mano en el bolsillo me doy cuenta de que había dejado ahí el mechero con el que jugaba antes. Juraría haberlo dejado en la mesa, pero aquí está. Me tiro en mi cama boca arriba mirando el techo y empiezo a jugar con la otra vez, encendiendo y mirando el fuego, apagando y volviendo a encender. Y así.
Simplemente me gusta el fuego, pero claro, eso no se lo voy a contar a nadie porque me prohibirían la entrada a las casas o cualquier lugar con riesgo de incendio causado por la chica pirómana del mechero.
No me arriesgo.
Dylan y Dean se han puesto la tele y están sentados en el suelo comentando lo que ven, si eso me entero de alguna palabra o alguna frase, con suerte me aparto del mundo y no me entero de nada.
Al final no tardo en quedarme dormida mirando el fuego.

Prólogo

La intensidad del fuego se hacía cada vez más notable, lo que obligó al chico a correr aún más rápido, a todo lo que daban sus piernas, a pesar de que una de ellas había sufrido una quemadura que no se curaría fácilmente y que le impedía dar más de si.
En un giro rápido de su cabeza pudo darse cuenta de que las llamas cada vez se acercaban más, y en ese momento lo supo. Supo que moriría en ese mismo bosque, en ese mismo instante.
A pesar de eso, no desfalleció, siguió corriendo.
Una lágrima recorrió el rostro del muchacho y en ese momento las piernas le fallaron, cayó al suelo con las rodillas por delante y cerró los ojos.
Esperó que las llamas le alcanzasen, le abrasasen. Esperó su muerte.
Apretó los dientes, cerró los puños y enterró su cabeza entre sus piernas, pero el momento no llegaba, y eso le dolía, le dolía más que el mismo fuego.
Confuso, el chico sacó la cabeza lentamente, y al girarse no vio otra cosa que bosque.
No llamas, no fuego, solo bosque.
Y cenizas.
A pesar de que el bosque seguía inmaculado, como si nada. Como si no hubiese sido el mismísimo infierno hacía menos de cinco segundos.
Lo único que rompía la perfección del bosque, la nueva perfección del bosque, eran cenizas, el suelo, cubierto de estas, era el único rastro que el fuego había dejado de su paso por aquel bosque, que ahora parecía en tanta tranquilidad, como si nada hubiese pasado.
El chico, desconcertado, se alzó lentamente, como si un movimiento brusco fuese a provocar otro incendio peor.
Avanzó, o más bien, retrocedió, la cuestión es que caminó sobre sus pasos, por el mismo camino que había tomado al salir corriendo. No recordaba el como ni por que había llegado hasta ahí, todos los recuerdos sobre la entrada a aquel bosque se habían vuelto borrosos, y ciertamente, ni el mismo quería recordarlo. Solo quería salir de allí.
Al mirar arriba, entre las hojas y las copas de los altos árboles que formaban el bosque, la noche ya había llegado, eso que hasta ahora le había parecido el día más largo de su vida, cuando en realidad, fueron apenas veinte, o incluso media hora corriendo, aún así no le pareció extraño que ya se hubiese hecho de noche, así que se armó de valor y volvió a caminar buscando la salida de aquel lugar.
Mientras caminaba, la herida de su pierna empeoraba, se sentía débil de verdad, de nuevo, como cuando las llamas le seguían, las piernas le fallaron y calló rendido al suelo, se agarró fuertemente la pierna y cerró los ojos. Aunque dudaba morir así, la posibilidad no estaba lejos, la herida era grave, y no tenía nada con que curarse.
Su visión se volvió borrosa, estaba mareado, confuso, tanto, que creyó ver un destello a pocos metros de el, después de eso, una silueta, de una mujer, de una chica, sacudió la cabeza pensando que se había vuelto loco, o que era el dolor el que le hacía ver cosas, pero ella seguía ahí, caminando hacia el lentamente, muy lentamente, brillaba, y brillaba de verdad, cuando ella estuvo suficientemente cerca, vio que no era ella lo que brillaba, sino una especie de esfera, la sostenía sobre su mano derecha, el muchacho ladeó la cabeza intentando averiguar de que se trataba, y no tardó en descubrirlo.
Fuego.
Era una esfera de fuego, entonces si, se dijo que este era su fin, no por tener una mujer con una bola de fuego delante, sino porque pensó que el dolor y el mareo le habían llevado a tales alucinaciones.
La mujer, la que el creía una imaginación de su mente cansada y exhausta, extendiendo la mano hacia el rostro del chico, la posó sobre su mejilla.
Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, antes de notar una oleada de calor.

- Descansa – Susurró ella, y al hacerlo, el chico se sorprendió de la suavidad de su voz, el cariño y el tono de esta, que más bien parecía la voz propia de una chiquilla.

Cerró los ojos, y eso hizo, descansó.